Hace días que quería haber publicado esta entrada, pero por circunstancias ni me ha apetecido, ni me ha sido posible hacerlo. Los que nos conocéis sabéis como han sido estas dos semanas desde que llegábamos a casa de Vitoria… Pero como la vida debe continuar y esto solo acaba de comenzar, aquí tenéis la crónica de mi segundo ironman. Espero que os guste!!
Mi segundo triatlón de larga distancia pasará a la historia como la confirmación de que lo más importantes es la ilusión con la que afrontas un reto de este tipo. También, como la de que la cabeza juega un papel importantísimo en pruebas que duran tantas horas, casi incluso más que el entrenamiento específico. En cualquier caso, me planté en la salida del Triathlon Vitoria-Gasteiz con muchísimas dudas de si conseguiría hacer un papel similar al del año pasado en mi debut en la distancia.

Lo mejor de este año es que lo iba a compartir con Mireya, que debutaba en la distancia. Para hacerlo ha tenido la inestimable ayuda de Jordi Matos, con larga experiencia y 4 clasificaciones para el Ironman World Championship en Kona. Jordi también participaba, además de Paco, Juan, German y más amigos, con los que nos fuimos encontrando en la capital vasca.
El triatlón de Vitoria es especial. La organización se vuelca con el triatleta y los voluntarios son de 10, pero lo que le da a esta prueba ese punto diferencial es, sin ninguna duda, la gente de la ciudad que se lanza a la calle a animar a los más de 2000 triatletas y sus acompañantes. Correr por el casco antiguo de Vitoria, rodeado de gente animándote por tu nombre y llevándote en volandas no tiene precio.

Si hay que poner un “pero” a la organización, es tal vez la obligación de tener que dejar el material tanto en la T1 como en la T2, el sábado por la tarde. Esto genera un stress extra al participante, además de que le quita tiempo de descanso ya que para que todo vaya sobre ruedas, tendrá que movilizarse desde las 14:30 o 15:00 con todo su material. Este año, hubo gente que se tiró más de 3 horas en las colas de los autobuses que llevaban a los participantes y sus bicis al pantano de Landa, donde debían quedarse las bicis la noche del sábado.

Por mi parte, para no variar ni perder “mi esencia”, llegaba con un entreno prácticamente nulo en lo que a la natación se refiere. Por supuesto, mi gran duda consistía en si sería capaz de nadar los 3800 metros del segmento de natación en menos de 1 hora 45 minutos, que era el tiempo máximo que la organización había fijado este año. Una novedad, ya que el año pasado no existía ese tiempo de corte. Si el año pasado había nadado poco (unos 50.000 metros) para preparar mi debut en la distancia, este año no había llegado ni a 19.000 metros… Así que las dudas eran más que fundadas.
El despertador sonaba a las 5:30 horas y junto a Mire, tras un desayuno ligero, nos fuimos al hotel donde dormía Jordi para coger allí el bus que nos llevaría al pantano de Landa. Allí, 3ª visita al WC y a visualizar como debía ser la carrera para intentar pasar el rato de viaje (unos 30 minutos) de la forma más amena posible.

Una vez en el pantano, empiezan los preparativos. Inflar ruedas, repasar el material, otra visita al WC, y ponernos el neopreno. La gente calentaba en el agua cerca de la orilla para ir cogiendo su ritmo. Yo, me metí simplemente para comprobar la temperatura del agua. Allí nos juntamos con Juan, Paco, Jordi, German y Hector. Mientras ellos calentaban, Mire y yo en la orilla nos encontramos con Ivan Alvarez, con quien estuvimos un ratito charlando y comentando. Ivan ganó en 2016 y este año iba también a por todas. Después pasó por allí Luarca, otro referente en lo que a triatlón se refiere en nuestro país.
Desde ese mismo sitio, vimos la salida de la distancia HALF, que impresiona y mucho ver como entran en el agua… Los ÉLITE salen unos 15 metros por delante de los GGEE, pero estos últimos los alcanzan casi antes de que los ÉLITE entren en el agua. Una vez pasada la salida, todos los participantes de la distancia FULL nos fuimos al cajón de salida. Ahí los nervios ya están a flor de piel. Recuerdo ir andando por la alfombra cogido de la mano de Mire y casi llorando de los nervios. Es lo que tiene no entrenar.
Una vez colocados en la salida, le dije Mire que creía que estábamos demasiado adelantados. Eso es clave al entrar en el agua, si no quieres llevarte golpes, patadas, etc. Si no nadas medianamente bien, lo mejor es colocarse lo más atrás posible y en un lateral. Que se partan la cara los de delante, que mi objetivo es simplemente acabar. Ahora los 5 minutos para que den el bocinazo. Eso sí es miedo.
Al sonar la bocina se confirman mis miedos. Estamos demasiado adelantados. La gente de detrás nuestro nos obliga a correr para entrar en el agua. Justo delante, un chico tropieza y cae al suelo. Casi lo pisamos. Al entrar en el agua intento hacerlo detrás de Mire. Voy a ver si puedo seguir sus pies. Ha nadado cuatro veces lo que yo y seguro que tendrá mejor ritmo. El problema es que sus pies me duran 30 segundos. Recibo patadas, manotazos, agarrones en los pies… Llevo solo unos 3 minutos en el agua y me agobio. Me planteo seriamente abandonar, pero en esos momentos me vienen a la cabeza Mire, Guillermo, Jordi… Toda esa gente que ha confiado en mí y que esperan que lo intente. No llevo ni 500 metros de natación y me paro. Pienso que si me paro, los que nadan más deprisa me pasarán y podré seguir nadando sin problemas. Error. Los que vienen por detrás me hunden y me pasan literalmente por encima. La sensación de ansiedad crece y pienso de nuevo en dejarlo. No he entrenado y esto me pasa por no entrenar. Si nadase correctamente otro gallo cantaría. Pero entonces pienso que no. ¡No puedo abandonar! ¡Me lo debo!

Sigo nadando a ritmo cansino. Lento, pero constante. Me desvío varias veces de la ruta y en una de ellas una de las canoas me avisa de que he cruzado. Cuando llegamos a la boya del primer giro, a unos 800 metros de la orilla, escucho a Mire y me toca el culo. La miro sorprendido pensando que ya iría mucho más adelantada, pero me alegro de ver que va sonriendo y que vamos casi juntos. Ya queda menos. Otro giro y vamos ya hacia la orilla. La primera vuelta está casi completada. En los metros finales, las algas del pantano se nos pegan en las manos y la cara. La sensación es asquerosa, pero es lo que todos habrán tenido que aguantar. A por la segunda vuelta.
La segunda vuelta transcurre más tranquila. La gente ya se ha estirado y no hay tanto golpe, aunque alguno te sigues llevando, sobre todo en los giros. 800, 300, 800. Es lo que suena en mi cabeza. Son los metros que tiene cada una de los “largos” del circuito. Al final llegamos a la orilla en la segunda vuelta con 1 hora 25 minutos de natación. Eso sí, salgo del agua con un globo importante, casi mareado, que hace que me tenga que apoyar un momento en la pared de la T1 mientras me quito el neopreno. En la T1 veo a Mire que está a punto de salir a por la bici. Ha salido del agua 1 minuto antes que yo. A ver si consigo pillarla en la bici, aunque ella está más fuerte que yo.

La bici es tal vez lo que llevaba mejor este año. Menos kilómetros, pero con una bici que es un avión. Gracias a Guillermo de Argon18 España he podido participar tanto en Deltebre, como en Pamplona y en Vitoria, con un E117Tri. Nada que ver hacer una prueba de larga distancia con una cabra, a hacerlo con una de ruta con acoples o manillar aero. La posición es mucho más aerodinámica y eso se nota.
A pesar de mis pretensiones, la bici va a ser dura. Inicialmente me planteo hacer unas 5 horas 30 minutos, pero una charla con Guillermo me aconseja que vaya a por las 5 horas 45 minutos, que ya estará bien, que supone una mejora de 35 minutos respecto a 2016. Salgo prudente, con cadencia, pero consciente de que no puedo bajar de los 30 kilómetros por hora de media. Tengo que estar por encima sí o sí. Ir a la caza de Mire me ayuda a mantener un ritmo alegre, pero desde el inicio del segmento, el conjunto sillín, badana del mono y mi culo, se alían para convertir el segmento en el que me tenía que divertir, en una auténtica tortura. Para “enriquecer” la experiencia, el aire hace acto de presencia. Iban a ser 180 kilómetros muy largos…

Alcanzo a Mire sobre el kilómetro 60 (creo recordar que fue más o menos ahí). La verdad es que había perdido la esperanza de pillarla, pero me alegra verla. Vamos haciendo la goma con varios triatletas. Aprovechamos los momentos en los que nos adelantamos, para comentar la jugada. Ya queda menos. Solo acabar y correr “un ratito”.
Sobre el kilómetro 170 dejo que Mire se vaya. Me paro a estirar un poco los pies, ya que no me siento el pie izquierdo. Mismo error del año pasado. Eso es de ser idiota, pero mira, no aprendemos… Me aflojo la zapatilla, me descalzo y pierdo 5 minutos de oro. Arranco de nuevo pero ya me es imposible pillar a Mire antes de la T2. Me salen 5 horas 50 minutos en la bici. ¡Que ojo tienes Guillermo!
Al llegar a Vitoria los 2 kilómetros por la ciudad son un infierno. El calor, el cansancio y las ganas de bajarme del potro de tortura, hacen que esos 2 kilómetros se me hagan larguísimos. Me bajo de la bici, se la entrego al voluntario y me voy con las zapas en la mano a la T2 (no sé bajarme de la bici en marcha y prefiero no arriesgar pegarme una nata…). Busco a Mire pero no la veo (o sí, no lo recuerdo). Me pongo las zapas de run, la visera y voy caminando al WC. Ya llevo unas 7 horas y cuarto de carrera y toda el agua que he bebido la tengo que sacar, a pesar de haber sudado bastante. Pero los WC de la T2 están llenos y decido seguir corriendo y parar en los siguientes.

Corro hasta el kilómetro 2 donde está el primer avituallamiento y los lavabos. Bebo, me tomo un gel, y voy al lavabo. Empiezo a correr (si se puede llamar correr a lo que hacía) y veo que este año lo voy a pasar mal. No consigo trotar de forma continuada y tengo que ir caminando. ¡¡Joder!! ¡¡No llevo ni 5 kilómetros y ya estoy andando!! Intento seguir el plan del año pasado: en los kilómetros pares no puedo caminar y en los impares sí, pero solo unos metros. Este año no funciona ese sistema y la cabeza no va.
Hago la primera vuelta en 1 hora 9 minutos. ¡Bueno, no está tan mal! Es lo que tenía previsto. La segunda vuelta se me hace más dura. En el mismo avituallamiento de la primera vuelta me siento delante de las mesas y una chica me pregunta qué tal estoy. Le digo que mal y me mira con cara de resignación. Creo que no era la primera vez que lo escuchaba esa tarde. Una pareja de espectadores me pregunta que cuanto me falta y les digo que “solo 30 kilómetros”.
Me levanto y continuo con mi trote cochinero. La segunda vuelta he tardado en hacerla 1 hora y 16 minutos. La tercera la hago en 1 hora 23 minutos… Este año no pinta bien, pero al menos lo acabo. Ese era mi objetivo, así que puedo estar más que contento. Pero hago números y veo que tengo opciones de mejorar el tiempo del año pasado. No he podido hacer “sub 12 horas”, pero puedo hacer “sub 12:30” y bajar algo el tiempo del año pasado.
La última vuelta es horrible. Larga, pesada, con menos gente animando y además amenaza tormenta. Se escuchan los truenos y se oscurece la ciudad. Sigo a lo mío y me voy acercando poco a poco a meta. Los últimos 2 kilómetros, tal vez los más pesados por los “ida y vuelta” del circuito, se me hacer interminables. Pero al llegar al parque sé que lo conseguiré. Empieza a llover un poco. Quedan solo 500 metros para conseguir se “finisher” de mi segundo Ironman… Y sí, los 200 metros de la entrada en meta no los olvidaré. Me pongo a llorar como un niño de la emoción. Solo los que lo sufrimos, sabemos lo que es una prueba de estas características. Lloro de felicidad, de nervios y de orgullo, porque no decirlo. Solo espero ver a Mire en meta para ver como le ha ido. Los 20 metros de la recta de meta, con el reloj diciéndome que llego en 12 horas 28 minutos ¡son puro éxtasis! Me llevo las manos a la cabeza y rompo a llorar. En meta, Mire me está esperando y me abraza. ¡Ha quedado tercera de su categoría! ¡¡Eres muy grande cielucho!! #ProudOfYouVikinga
Siento la extensión de esta crónica. Reconozco que es excesiva, pero creo que vale la pena. Me he quitado de encima muchos miedos en esta prueba. Ahora soy más consciente que nunca, de que hay que estar más que preparado física y mentalmente para afrontar una prueba tan larga. Si puedo, en 2018 haré otro ironman. Pero si decido hacerlo, os aseguro que intentaré bajar esas 12 horas y no dejaré que sea cosa de la suerte. Lo haré porque mi entreno me lo permitirá. Gracias a todos los que estuvisteis pendiente de nosotros durante todo el domingo. Se os quiere.
Qué bonita historia Jose. Lo mismo en 2018 me animo! Jajaja ni en pedo amigo! Yo me lo pierdo y muy a gusto que me lo pierdo!