¿No os habéis planteado que pasa últimamente a vuestro alrededor que todo el mundo es «Ultrarunner»? ¿No os preguntáis el por qué de esa fiebre por la larga distancia? Volvemos a encontrarnos seguramente con el efecto «Kilian Jornet», pero lo más probable es que la respuesta esté más cerca de lo que nos pensamos…
El que escribe estas lineas nunca ha hecho una «Ultra». Y eso que sí has estado inscrito. Concretamente a la Ultra Pirineu del año pasado, pero no pude correr porque no estaba al 100% (ni al 50%) después de que me sacaran en helicóptero del Aneto en la Vuelta al Aneto.
Pero eso no quiere decir que no entienda a estos locos de las largas distancias. En casa tengo el caso más claro de todos. Mireya también estaba inscrita conmigo para correr el año pasado pero la carrera no le salió como esperaba. Se retiró en el kilómetro 68 tras unas 15 horas de carrera. La cabeza no tiraba, aunque las piernas si lo hicieran. Dura decisión, sin duda. O Artur, otro crack del Morlacos Team con alguna otra ultra en sus piernas, que también se retiro, en el kilómetro 80 en su caso, tras equivocarse en su ritmo de carrera.
Pero ellos y los que si acabaron tienen algo en común. Ayer lo vi claro. El blog de reciente creación TRAILPHOTO me abrió los ojos con su entrada «Cariño, no me esperes…» En esta entrada habla del sufrimiento con el que los corredores de la zona media-baja de las clasificaciones viven las carreras. Llegan a meta con el doble de tiempo que el primero, caminar más que corren con la mirada perdida, sufren más de lo que pensaban cuando empezaron la carrera… pero aún así, continúan y la mayoría finalizan sus retos, cumplen sus objetivos.
Acuden a mi cabeza las imágenes que pude ver creo que en Vielha ¿? el año pasado durante una prueba. Los corredores llegaban a uno de los avituallamientos totalmente destrozados, bajo una incesante lluvia y tras haber pasado verdaderos momentos de pánico en una de las zonas altas de la carrera debido a una tormenta eléctrica. A pesar de todo, llegaban al avituallamiento, hablaban con familiares o amigos, se reponían, se quejaban de la dureza o del miedo que habían pasado y volvían a salir para volver a empaparse la ropa seca que se acababan de poner.
Y es que la montaña engancha. La distancia se hace corta. La mente se pone en «piloto automático» y los kilómetros pasan. Por eso cada día hay más gente que se anima en las carreras largas, en carreras más duras. En mi caso, a punto estoy de apuntarme al maratón de la Ultra Pirineu 2016, que tras dos años seguidos pagando inscripción a la prueba y no poderla disfrutar, ya toca. Aunque la última palabra la tendrá el Triatlón de Vitoria del 10 de julio (distancia Ironman: 3,8kms nadando, 180kms de bici de carretera y 42kms corriendo…) creo que nos veremos en la montaña… ¿Te vienes?
Y luego están los corredores como yo. Que creen innecesario pasarse más de 10h «arrastrándose» por una carrera y fijan sus metas en otras de <65km y unos +4000m. A veces hay que ser realista y consecuente con las capacidades de cada uno. No creo que al cuerpo le siente bien el esfuerzo que supone una ultra, sobretodo con el nivel de entrenamiento que la afronta mucho corredor popular. Y sobretodo en este caso con una buena estrategia nutricional, que es el gran motivo de abandono en estos perfiles de carrera. A muchos se les cierra el estomago al 50-60% de la carrera y entonces ESTAS MUERTO.
A disfrutar! Saludos.
Bien dicho! Yo ya tengo claro que mi máxima distancia será el maratón… 😉
Gran entrada, como bien dices la montaña engancha, pero lo difícil en una ultra es sopreponerte a esa multitud de sensaciones a veces contradictorias durante el recorrido. Hay que saber dónde está el límite para poner fin en un momento dado a la aventura. Cada ultra y cada día es distinto y el cuerpo asimila diferente. Está clarisimo que se sufre, pero hay momentos determinados que hay que saber gestionar, esa es la grandeza y la dificultad en mi opinión de la ultradistancia, acertar cuando debes seguir o cuando debes parar, y parar no es un fracaso, al contrario.