Cada fin de semana, especialmente cuando el sol decide asomarse un poco más de la cuenta, El Pedraforca se convierte en un desfile de mochilas, bastones y stories de Instagram. Lo que antes era un rincón mágico, con su silueta inconfundible y su aire de leyenda, ahora parece más un parque temático de montaña que un paraje natural. ¿Qué está pasando con esta joya del Berguedà?

La respuesta es evidente e incómoda: la masificación se nos ha ido de las manos. Lo que hace unos años era una excursión especial, casi sagrada para los amantes de la montaña, ahora es un plan de domingo más, al nivel de ir a comer a un «brunch». El problema no es que la gente quiera disfrutar de la naturaleza (que quede por delante que todos tenemos derecho a ir donde queramos), sino que lo estamos haciendo sin medida, sin respeto y sin conciencia.

Subir al Pedraforca se ha convertido en una especie de ritual moderno: hay que llegar, hacer cima, sacarse la foto y bajar cuanto antes para compartirla. Se ha perdido el espíritu de montaña. Los caminos están erosionados, la basura empieza a acumularse en rincones que antes estaban limpios, y la tranquilidad que caracterizaba el entorno ha desaparecido. Ni los rebecos se atreven ya a salir a saludar.

Gente sin preparación ninguna, sin el material adecuado, sin saber como comportarse o como gestionar según que situaciones, puede además convertir esa «excursión de domingo» en un peligro tanto para ellos, como para el resto de excursionistas, provocando incluso rescates en alguna ocasión.

Y ojo, que no se trata solo de los visitantes. Las administraciones también tienen su parte de culpa. Se ha promocionado el turismo rural y de montaña sin pensar en la capacidad real del entorno. ¿Dónde están los controles de acceso, las campañas de concienciación, la mejora de infraestructuras para canalizar este alud de excursionistas? ¿Se le pueden poner puertas a la montaña? Es un melón abierto hace tiempo y que tiene mala solución.

Muchos vecinos de Saldes y Gósol ya lo dicen: el Pedraforca no puede con tanto. Hay coches aparcados en cualquier cuneta, ruidos a deshora, senderistas que no respetan las normas básicas de convivencia ni los espacios protegidos. Y luego nos preguntamos por qué cada vez hay más restricciones.

Si seguimos por este camino, el Pedraforca acabará siendo víctima de su propio éxito. Lo que fue símbolo de libertad y conexión con la tierra corre el riesgo de convertirse en postal vacía, erosionada por la indiferencia y la moda del “turismo exprés”.

Quizá ha llegado el momento de replantearnos cómo queremos disfrutar de la montaña. Porque amar un lugar no es solo visitarlo, es también cuidarlo, respetarlo y, a veces, saber cuándo dejarlo en paz.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

FRASE DE LA SEMANA

«Tu tranquilo, que yo te espero…»