A todos nos ha pasado. Te levantas motivado, te pones las zapatillas con la ilusión de un niño en Navidad y sales a correr pensando que vas a devorar kilómetros como si fueras un profesional. Pero… algo no cuadra. Tus piernas pesan como si hubieras dormido con una mochila de piedras, tu respiración parece la de un Darth Vader asmático y hasta ese abuelo que pasea despacio te adelanta sin esfuerzo. ¡Bienvenido al club de las carreras desastrosas!

Lo primero que hay que entender es que día malo no significa que seas un mal corredor. A veces el cuerpo simplemente no está por la labor, y no importa cuánto entrenaste, la realidad es que algunos días simplemente no es tu día. Has dormido mal, has comido algo que te ha sentado mal o simplemente los astros decidieron que hoy ibas a sufrir. No te preocupes, no es personal (o eso queremos creer).

Lo importante es aprender a manejarlo sin caer en la desesperación. No te obsesiones con el reloj, porque si ves que vas más lento de lo normal, solo lograrás frustrarte más. Recuerda que cada kilómetro, por horrible que sea, sigue sumando a tu entrenamiento. Y si necesitas parar a caminar, hazlo con orgullo. Dile a la gente que estás practicando la «estrategia de intervalos avanzados» y sigue adelante.

También es clave recordar que hasta los mejores corredores tienen días malos. Sí, incluso esos que parecen volar sin esfuerzo también han tenido jornadas donde han querido tirar las zapatillas a la basura y renunciar a todo. Pero, ¿sabes qué hacen? Se sacuden el polvo (literal y figuradamente), se ríen de su sufrimiento y vuelven a intentarlo otro día.

Así que si un día sales a correr y todo sale mal, no te preocupes. Ve a casa, date una ducha, come algo rico y ríete un poco de la desgracia. Al final, lo bonito del running es que siempre habrá otra oportunidad para hacerlo mejor.

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