Si algo nos caracteriza a los corredores es su obsesión con acumular kilómetros. Cuanto más se corre, mejor, ¿verdad? Bueno, no es así exactamente. Porque en esta ecuación hay un factor que muchos olvidan: el descanso. Sí, ese temido día en el que no corres y te sientes como si estuvieras traicionando a tu entrenamiento. Pero, sorpresa: descansar también es entrenar.
Cuando corremos, básicamente sometemos el cuerpo a un pequeño castigo. Músculos, tendones y articulaciones reciben impacto tras impacto, lo que genera microroturas fibrilares y fatiga. ¿Y cuándo se recupera todo esto? Exacto, en los días de descanso. Si no le das a tu cuerpo el tiempo que necesita para repararse, lo único que conseguirás es acumular cansancio, bajar el rendimiento y, en el peor de los casos, lesionarte. No hay nada peor que estar semanas sin correr por no haber descansado a tiempo.

El descanso no solo es físico, también es mental. El running es tanto de piernas como de cabeza, y salir a correr sin ganas o sin energía mental puede hacer que pierdas la motivación. Un día libre te ayuda a recuperar el entusiasmo y volver con más ganas a la siguiente tirada.
Ahora, eso sí, descansar no significa pasarte el día entero en el sofá (aunque a veces está bien hacerlo). Puedes aprovechar para hacer algo de movilidad, estiramientos o incluso una sesión de natación o yoga, actividades que ayudan a la recuperación sin sobrecargar el cuerpo.
Así que la próxima vez que tu plan de entrenamiento marque un día de descanso, no lo veas como un castigo. Piensa en él como el momento en el que tu cuerpo se hace más fuerte. Porque sí, el secreto para correr mejor no siempre está en los kilómetros que sumas, sino en los que decides no correr.

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